Érase un caballero, siempre vestido de negro, cabalgando en un corcel negro, parando a descansar solo en las negras noches.
Era Don Fernando un ser enigmático, nadie sabía bien a que se dedicaba, si a la guerra, si al comercio, o era un simple aventurero.
De estampa noble, alto, fuerte, mas de complexión esbelta, llamaba la atención sus cabellos y barba intensamente negros y sus ojos grises con pequeñas tonalidades de verde, acompañados de los rasgos finos de su rostro, sin dejar de ser severos. Tanto su mirada como sus labios de un rojo intenso dejaban escapar de vez en cuando algún rasgo de sensibilidad por el mundo.
Sus paradas nocturnas eran por lo menos dos veces al mes en la villa de Pedraza, donde llegaba directamente a la Plaza Mayor y se hospedaba en la única fonda que ahí se encontraba.
Siempre andaba a todo galope, los cascos de su caballo se oían desde lejos, mas trepitosos aun cuando entraba en la villa con las calles empedradas. Siempre paraba de golpe enfrente de la fonda, dando una jalón en la brida de su corcel que hacía pararlo en dos patas, y de un solo movimiento bajaba del caballo, cayendo en sus dos pies con ágil firmeza, al compás del vuelo de su capa ligera y negra por los aires; su caballo color azabache siempre sudado, vigoroso, con ojos de quien quiere seguir corriendo, quedaba bufando en la entrada, no era necesario ni amarrarlo, tan fiel era el corcel a su amo.
Desde la primera vez que Don Fernando apareció en Pedraza, al llegar a la fonda, pedía la misma mesa, atrás, donde veía la entrada, la cocina, la puerta del fondo, su espalda siempre contra la pared.
Siempre solicitaba el vino de la casa y se acomodaba al guiso, asado o acompastelado de la casa. Desde su lugar de siempre, viendo, apreció a Pepe el dueño o cuidador del lugar, un regordete despeinado de ojos azules y colorado que siempre chanceaba con él, y también veía a la esposa del anfitrión, Pilar, cuidando eternamente de la cocina; ella era terriblemente mora, gitana y atractiva, morena de piel trigueña, cabello negro cacheado y de ojos verde profundo.
Desde su silla, a lo largo de los años, vio como Pilar quedó en estado, y tuvo a su primer y único hijo, Nicolás. Lo vio crecer desde el vientre de su madre, ser arrullado en los brazos de ella al compás de la fervura de sus guisos; le vio comenzar a caminar, a correr por la fonda, hasta que comenzó a hacerse hombre.
A los nueve años, Nicolás ya servía a Don Fernando el vino de la casa, con un respeto absoluto, casi con miedo a ese hombre que llegaba, así nada mas, como el viento y el fuego.
Nicolás había estudiado a Don Fernando pedazo por pedazo. Hombre severo, sabio y gentil a las veces; sin joyas, distinto a la mayoría de los mercantes que pasaban, él solo traía su espada, un anillo de oro con un rubí cuadrado en el dedo anular de la mano derecha y una extraña cruz negra colgada sobre su pecho. Siempre pulcramente afeitado y peinado, despedía un suave aroma como del heno de Pravia recién cortado.
Teniendo Nicolás cerca de 12 años, no aguntando mas la duda le preguntó a Don Fernando
-Me disculpe el señor, mas siempre he tenido curiosidad por saber de que está hecha la cruz que lleva al pecho?
-De clavos para herraduras Nicolás,- contestó gentilmente.
-Me disculpe nuevamente Don Fernando, y por qué?
-Porque es sobre el dolor que uno se abre camino.
El muchacho aseguró la respiración ante la respuesta, bajó la mirada con respeto y se fue a sus labores.
Así pasaron los años. Ya don Fernando tenía algunas canas que adornaban sus sienes.
Un buen día llegó a la fonda y Nicolás estaba muy agitado, atendiendo a todo mundo con rapidez como su tuviera una empresa urgentísima. Con la templanza que caracterizaba a Don Fernando esperó que todo el mundo se fuera, ahí Nicolás, fue corriendo al fogón de su madre y tomó una varita casi totalmente carbonizada, sacó un pedazo de papel que guardaba doblado cuidadosamente en su mandil y se sentó en una mesa a dibujar.
Curioso Don Fernando se levantó y fue a pararse atrás del mozo con la finalidad de ver que estaba haciendo. El muchacho que viera crecer ya contaba casi con unos veinte años, del piel morena clara, cabellos abundantes, lacios y negros…su mirada penetrantemente verde no se separaba del papel.
-Qué dibujas Nicolás-
-Señor, me caso en un mes, estoy diseñando la cama de mi casa-
-Y con quién te casas?-
-Con María, Don Fernando, la hija del panadero-
El hombre sonrió levemente, se quitó la cruz que llevara prácticamente toda su vida al pecho y con cuidado se la colocó en el cuello al muchacho. Nicolás sorprendido se levantó de la silla, mirando absorto la cruz y a los ojos de Don Fernando sin entender que pasaba.
-Nicolás, dijo el viajero,- una vez me preguntaste de que estaba hecha esta cruz, se que te gusta, ahora es tuya, tómala como presente de matrimonio, y recuerda que para ser un hombre debes respetar cuatro cosas, como lados tiene una cruz….. a tus padres, a tu tierra, a tu religión y a la familia que vas a formar, el centro de la cruz, que es donde unen todos los clavos que la forman es el respeto a ti mismo…que Dios te bendiga hijo mío-
Nicolás estaba tan perplejo que no pronunció palabra, Don Fernando se enfiló a la salida de la fonda no sin antes pararse a ver con un aire nostálgico a Pilar que lo miraba fijamente, abrió la puerta, suspiró profundamente, subió a su caballo y partió velozmente sin volver nunca mas ala villa de Pedraza.
Era Don Fernando un ser enigmático, nadie sabía bien a que se dedicaba, si a la guerra, si al comercio, o era un simple aventurero.
De estampa noble, alto, fuerte, mas de complexión esbelta, llamaba la atención sus cabellos y barba intensamente negros y sus ojos grises con pequeñas tonalidades de verde, acompañados de los rasgos finos de su rostro, sin dejar de ser severos. Tanto su mirada como sus labios de un rojo intenso dejaban escapar de vez en cuando algún rasgo de sensibilidad por el mundo.
Sus paradas nocturnas eran por lo menos dos veces al mes en la villa de Pedraza, donde llegaba directamente a la Plaza Mayor y se hospedaba en la única fonda que ahí se encontraba.
Siempre andaba a todo galope, los cascos de su caballo se oían desde lejos, mas trepitosos aun cuando entraba en la villa con las calles empedradas. Siempre paraba de golpe enfrente de la fonda, dando una jalón en la brida de su corcel que hacía pararlo en dos patas, y de un solo movimiento bajaba del caballo, cayendo en sus dos pies con ágil firmeza, al compás del vuelo de su capa ligera y negra por los aires; su caballo color azabache siempre sudado, vigoroso, con ojos de quien quiere seguir corriendo, quedaba bufando en la entrada, no era necesario ni amarrarlo, tan fiel era el corcel a su amo.
Desde la primera vez que Don Fernando apareció en Pedraza, al llegar a la fonda, pedía la misma mesa, atrás, donde veía la entrada, la cocina, la puerta del fondo, su espalda siempre contra la pared.
Siempre solicitaba el vino de la casa y se acomodaba al guiso, asado o acompastelado de la casa. Desde su lugar de siempre, viendo, apreció a Pepe el dueño o cuidador del lugar, un regordete despeinado de ojos azules y colorado que siempre chanceaba con él, y también veía a la esposa del anfitrión, Pilar, cuidando eternamente de la cocina; ella era terriblemente mora, gitana y atractiva, morena de piel trigueña, cabello negro cacheado y de ojos verde profundo.
Desde su silla, a lo largo de los años, vio como Pilar quedó en estado, y tuvo a su primer y único hijo, Nicolás. Lo vio crecer desde el vientre de su madre, ser arrullado en los brazos de ella al compás de la fervura de sus guisos; le vio comenzar a caminar, a correr por la fonda, hasta que comenzó a hacerse hombre.
A los nueve años, Nicolás ya servía a Don Fernando el vino de la casa, con un respeto absoluto, casi con miedo a ese hombre que llegaba, así nada mas, como el viento y el fuego.
Nicolás había estudiado a Don Fernando pedazo por pedazo. Hombre severo, sabio y gentil a las veces; sin joyas, distinto a la mayoría de los mercantes que pasaban, él solo traía su espada, un anillo de oro con un rubí cuadrado en el dedo anular de la mano derecha y una extraña cruz negra colgada sobre su pecho. Siempre pulcramente afeitado y peinado, despedía un suave aroma como del heno de Pravia recién cortado.
Teniendo Nicolás cerca de 12 años, no aguntando mas la duda le preguntó a Don Fernando
-Me disculpe el señor, mas siempre he tenido curiosidad por saber de que está hecha la cruz que lleva al pecho?
-De clavos para herraduras Nicolás,- contestó gentilmente.
-Me disculpe nuevamente Don Fernando, y por qué?
-Porque es sobre el dolor que uno se abre camino.
El muchacho aseguró la respiración ante la respuesta, bajó la mirada con respeto y se fue a sus labores.
Así pasaron los años. Ya don Fernando tenía algunas canas que adornaban sus sienes.
Un buen día llegó a la fonda y Nicolás estaba muy agitado, atendiendo a todo mundo con rapidez como su tuviera una empresa urgentísima. Con la templanza que caracterizaba a Don Fernando esperó que todo el mundo se fuera, ahí Nicolás, fue corriendo al fogón de su madre y tomó una varita casi totalmente carbonizada, sacó un pedazo de papel que guardaba doblado cuidadosamente en su mandil y se sentó en una mesa a dibujar.
Curioso Don Fernando se levantó y fue a pararse atrás del mozo con la finalidad de ver que estaba haciendo. El muchacho que viera crecer ya contaba casi con unos veinte años, del piel morena clara, cabellos abundantes, lacios y negros…su mirada penetrantemente verde no se separaba del papel.
-Qué dibujas Nicolás-
-Señor, me caso en un mes, estoy diseñando la cama de mi casa-
-Y con quién te casas?-
-Con María, Don Fernando, la hija del panadero-
El hombre sonrió levemente, se quitó la cruz que llevara prácticamente toda su vida al pecho y con cuidado se la colocó en el cuello al muchacho. Nicolás sorprendido se levantó de la silla, mirando absorto la cruz y a los ojos de Don Fernando sin entender que pasaba.
-Nicolás, dijo el viajero,- una vez me preguntaste de que estaba hecha esta cruz, se que te gusta, ahora es tuya, tómala como presente de matrimonio, y recuerda que para ser un hombre debes respetar cuatro cosas, como lados tiene una cruz….. a tus padres, a tu tierra, a tu religión y a la familia que vas a formar, el centro de la cruz, que es donde unen todos los clavos que la forman es el respeto a ti mismo…que Dios te bendiga hijo mío-
Nicolás estaba tan perplejo que no pronunció palabra, Don Fernando se enfiló a la salida de la fonda no sin antes pararse a ver con un aire nostálgico a Pilar que lo miraba fijamente, abrió la puerta, suspiró profundamente, subió a su caballo y partió velozmente sin volver nunca mas ala villa de Pedraza.
2 comentarios:
Que historia guapa... "(...)Porque es sobre el dolor que uno se abre camino. (...)" Que verdad! Pero solo es verdad si dejamos que eso se realize...
Hola Anne, pienso que la vida simepre te receta lago de dolor, es parte de su tempero, mas debemos escaparnos rápido de esa situación, ya que al final es mental.
Publicar un comentario