Despertó Arnè con el Sol de la mañana inundando su habitación, adoraba el brillo del Sol por las mañanas luego de la oscuridad de sus sueños, y mas porque en sus tierras o los días eran largos o las noches interminables.
Saltó de la cama y se dirigió a su terraza, el viento gélido azotó su torso desnudo mientras Arnè respiraba profundamente ese aire limpio del norte que tanto amaba y miraba con curiosidad el mar inmenso que tenía a su frente, como si las olas le hablasen.
-Llegó una vez mas la hora, - pensó para si.
Estiró sus corpulentos brazos volviendo a respirar profundamente como si se cargase de energía en un conjuro entre el Sol, Mar, Viento y Hielo.
Aunque contaba ya con sus 57 años Arnè, para cualquiera era totalmente imposible calcular su edad, pues era casi un gigante de un metro noventa y tres centímetros, vigoroso y atlético, donde la marca del tiempo sólo había dejado en él mayor experiencia, facciones mas marcadas en su rostro y cambios en su cabello, que pasó de ser rojo a totalmente blanco. Al final que tipo de alquimista no tiene el cabello blanco.
Comenzara con sus conjuros como Ingeniero Petroquímico, haciendo especializaciones en Geología, Siderúrgica y Astrofísica. Era respetadísimo en su círculo por la invención de máquinas de alta potencia, aceites y lubricantes resistentes a altísimas temperaturas y radares marinos, inventos de los cuales sus patentes le daban una fortuna de porte para hacer lo que le viniera en gana, y especialmente dedicarse a sus estudios particulares.
Sus ojos de azul profundo miraron al horizonte, se rascó la barba y se dirigió a tomar un baño con agua helada como de costumbre, al entrar nuevamente en su cuarto, vio su cama inmaculadamente blanca y sonrió para si recordando las decenas de hechiceras que en su propio lecho quisieron embrujarlo y a las inocentes doncellas que ahí mismo había desflorado rendidas ante su virilidad y encantos.
Duchándose ya con un jabón de su invención compuesto por zinc, potasio, azufre y polvo de coral, sentía como si fuesen dulces agujas penetrantes el agua helada cayendo sobre su espalda. Adoraba el frío, los tres únicos calores que gustaba Arnè eran los de dormir enredado entre las piernas de una mujer, el fuego con el cual preparaba sus conjuros, y el aliento del Dragón.
Tenía sólo una semana para terminar las pócimas que estaba preparando en su laboratorio, así como los pequeños artefactos que necesitaría para los trabajos de los meses siguientes, pues luego tendría que dejar sus aposentos de Troms y dirigirse a su casa en Ostfold para concretizar ciertos rituales urgentes.
Quería estar libre y dispuesto a todo luego de haber recibido el enigmático mail de su viejo amigo y discípulo Barceló, y haber visto y escuchado el mar esa mañana, era inminente apurar sus trabajos actuales y contactar a Olav.
Saltó de la cama y se dirigió a su terraza, el viento gélido azotó su torso desnudo mientras Arnè respiraba profundamente ese aire limpio del norte que tanto amaba y miraba con curiosidad el mar inmenso que tenía a su frente, como si las olas le hablasen.
-Llegó una vez mas la hora, - pensó para si.
Estiró sus corpulentos brazos volviendo a respirar profundamente como si se cargase de energía en un conjuro entre el Sol, Mar, Viento y Hielo.
Aunque contaba ya con sus 57 años Arnè, para cualquiera era totalmente imposible calcular su edad, pues era casi un gigante de un metro noventa y tres centímetros, vigoroso y atlético, donde la marca del tiempo sólo había dejado en él mayor experiencia, facciones mas marcadas en su rostro y cambios en su cabello, que pasó de ser rojo a totalmente blanco. Al final que tipo de alquimista no tiene el cabello blanco.
Comenzara con sus conjuros como Ingeniero Petroquímico, haciendo especializaciones en Geología, Siderúrgica y Astrofísica. Era respetadísimo en su círculo por la invención de máquinas de alta potencia, aceites y lubricantes resistentes a altísimas temperaturas y radares marinos, inventos de los cuales sus patentes le daban una fortuna de porte para hacer lo que le viniera en gana, y especialmente dedicarse a sus estudios particulares.
Sus ojos de azul profundo miraron al horizonte, se rascó la barba y se dirigió a tomar un baño con agua helada como de costumbre, al entrar nuevamente en su cuarto, vio su cama inmaculadamente blanca y sonrió para si recordando las decenas de hechiceras que en su propio lecho quisieron embrujarlo y a las inocentes doncellas que ahí mismo había desflorado rendidas ante su virilidad y encantos.
Duchándose ya con un jabón de su invención compuesto por zinc, potasio, azufre y polvo de coral, sentía como si fuesen dulces agujas penetrantes el agua helada cayendo sobre su espalda. Adoraba el frío, los tres únicos calores que gustaba Arnè eran los de dormir enredado entre las piernas de una mujer, el fuego con el cual preparaba sus conjuros, y el aliento del Dragón.
Tenía sólo una semana para terminar las pócimas que estaba preparando en su laboratorio, así como los pequeños artefactos que necesitaría para los trabajos de los meses siguientes, pues luego tendría que dejar sus aposentos de Troms y dirigirse a su casa en Ostfold para concretizar ciertos rituales urgentes.
Quería estar libre y dispuesto a todo luego de haber recibido el enigmático mail de su viejo amigo y discípulo Barceló, y haber visto y escuchado el mar esa mañana, era inminente apurar sus trabajos actuales y contactar a Olav.