martes, 5 de febrero de 2008

El Lápiz

Érase Luiz, con sus cortos años de edad, sintiendo el pulso de la mano de una extravagante directora de primaria en su cuello. La mano sudaba, lo apretaba, lo intimidaba. Lo hacía incubar rebeldía.

Era una mañana soleada de Septiembre, perfecta, a no ser simplemente por esa mano intimadora que lo empujaba, dirigía, que quería estúpidamente controlarlo.

Así Luiz fue empujado a su nueva sala de clases al fondo de un largo pasillo. Del lado izquierdo estaban las puertas de los salones de clase que dejaban escapar quizás por el hoyo de la cerradura voces que sistemáticamente repetían el alfabeto o las tablas de multiplicar.

Del lado derecho del largo pasillo se encontraban unos enormes ventanales totalmente opacos de suciedad que dejaban pasar tenuemente la luz del sol, tibia, cariñosa como un beso, quizás una de las pocas caricias que Luiz conociera en su historia de maltratos.

-Tu salón de clases es cuarto “C”-, dijo firme la directora
-Mas, yo tendría que cursar el primer grado- refutó Luiz.
-A Callar, pedazo de demonio sabelotodo que ya suficientes problemas haz causado, y sólo yo te he recibido para que te disciplines, es tu última oportunidad-

Luiz se encoleró, poniéndose su rostro totalmente rojo y calló, calló de rabia, calló de impotencia, calló porque en el fondo de su alma sabía que el aprender significa sacrificio y paciencia. Y Soledad.

Aunque aprendiera a leer poco antes de los tres años y a su corta edad hubiese leído ya bastantes libros, entre ellos una enciclopedia completa, sabía perfectamente que la gente sólo escucha lo que quiere cuando quiere, tenía que aprender a decir las cosas, y tenía que ajustarse a tener un maldito diploma si quería ser socialmente acepto y huir de la vida miserable que tenía.

La directora abrió la puerta al final del pasillo, donde 70 pares de ojos se clavaron en Luiz y la severa mujer

- Buenos días niños y niñas-pronunció la directora lentamente - Profesor Méndez, aquí le traigo un nuevo alumno, Luiz Camargo. Hablamos después.

El niño se dirigió al asiento que le indicó el profesor, sacó su cuaderno y su lápiz viejo del morral, ahí algo extraordinario llamó su atención, su pupitre. Tenía una cavidad redonda donde quizás antiguamente se colocaba tinta, era de color verde olivo, por el tacto se sentía que había sido pintado y repintado a lo largo de los años.

En una esquina, la pintura se había vencido al tiempo, los descuidos y a los golpes continuos. Luiz se acercó a la raspadura y pudo observar diversas camadas de tinta, ese su pupitre no había sido siempre verde, ya fuera gris, amarillo, celeste y al final, se veía un poco de madera.

Con la parte trasera de su lápiz sin borrador raspó la hendidura para dejar mas a la vista la madera, acercó su pequeña nariz y si…aun se alcanzaba a percibir ese olor cálido, acogedor y suave de madera, su mente se fue directo a un bosque como los que viera en las ilustraciones de los libros.

En su vida típica de ciudad, todos los muebles de su casa eran de aluminio, vinilo y formica, lo mas cerca que había estado de la madera era del aglomerado barnizado, y de su lápiz.

-Profesor, el niño nuevo está maltratando el pupitre, ya los raspó todo- se alzó agudamente la voz de un delator.

-A ver Camargo venga para acá, ya me habían puesto en alerta de usted- dijo severamente el profesor, hizo con un gesto que Luiz extendiera las manos sobre las cuales reciamente golpeó con 5 reglazos.

-Por supuesto ni sabe de lo que estamos hablando verdad-

-Del ojo humano profesor-dijo Luiz secamente, comenzó a recitar todas las partes y funciones del ojo. El profesor irritado lo interrumpió.

-Bueno Camargo, ya que se sabe la lección se me va a la esquina y se hinca sobre el monte de maíz que esta ahí y con la cara hacia la pared.

En silencio el niño fue hacia la esquina y se puso de hinojos en su instrumento de tortura. Los granos se encajaban y laceraban sus rodillas, a las pocas horas estaba ya sangrando, mientras, la clase seguía estudiando el ojo humano.

Y Luiz creció, así, entre residuos de amor, en libertad intersticial, en un mundo vacuo, en la severidad que se exige en un mundo políticamente correcto, en donde la purificación de la diferencia es un menester primordial de un orden político y social incapaz de anular sus privilegios, por eso difunde la anestesia colectiva, la superficial libertad del ciberespacio vigilado, en una explosión de vacío.

Y Luiz creció, porque muchas mas fueron sus heridas y castigos, mas nunca olvidó ver entre las grietas, y que el ojo humano no son sus partes, sino lo que imagina el deseo del espíritu. Aceptó su destino de residuos y a ser residual ante los ojos de los otros.

Y creció por mantener viva su rebeldía en un mundo donde su generación vivió con miedo a los adultos y ahora con miedo de los hijos.

-o-

Salía Luiz de la presentación de su último libro publicado sobre Metafísica, con la común sensación de estar rodeado de esos últimos hombres al estereotipo de Nietzche, usuarios finales de si mismo, individuos terminales, sin esperanza de descendencia ni trascendencia, mas el estaba salvado, pues mantenía su herramienta principal para descubrir el mundo, su viejo lápiz en el bolsillo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola mi querida amiga:

Estuve usmeando tu blog, me gustaron varios de tus escritos, otros como siempre te pasas. Esta última historia del lápiz me suena conocida. Al final uno tiene que ser como el ave Fénix y reconstrurse sobre las cenizas, no?

Besos Arturo (ps. te vuelves a México o no?)

Luisa Fernanda dijo...

aHola Arthur..gracias por visitar mi blog...curiosamente tu eres el único comentario a esta narrativa, gracias por curar mis alas y mi espíritu, gracias por ser mi amigo

Y no mi querido Arturo, no vuelvo a México, estoy en el paraiso, y con certeza me voy al infierno

Ahí nos vemos;;;besos

Luisa Fernanda dijo...

buena onda...me logré desligar